sábado, 22 de diciembre de 2007

Y SE LLAMABA AZUCENA

En el campo los nombres tienen aroma, visten de colores y brillan con los rayos de sol.

A veces con el viento toman una dulce armonía que llega a hacerse música en el corazón.

Mas aun si en la dulce candorosidad de los años infantiles esos nombres corren junto a uno, sin pensar que eso, años mas tarde, lo vamos a llamar amor y no vamos a saber como definirlo.

Ella tenía uno de esos nombres de flor. Eran los días cercanos a fin de año, allá en la escuela de la señora Carmen, allí donde empezamos a conocer el A,B,C de los cuadernos, ahora comprendo que también fue de los afectos.

En la bajada del caminito, que nos llevaba de retorno de las aulas a la carretera, había un árbol de naranja. Yo caminaba con cierta prisa la bajada para dar alcance a mis compañeros, cuando que vi que ella, vestida de celeste corrió presurosa hasta el árbol que bordeaba el camino y le arrancó una flor.

Terminó de pronto mi deseo de alcanzar a mis compañeros y detuve el paso, me quedé contemplándola. Ella llena de rubor, como queriendo esconder o significar que eso correspondía a algo muy hermosamente íntimo, cogió el tallito de azahar con sus dos manos y se lo puso en el pecho, luego mirándome fijamente, me alargó su diestra diciéndome: - te regalo.

Era una compañera de clase y corría como yo sobre los años infantiles. Alcancé mi mano, la cogí, miré la flor sorprendido. No reparé en su perfume, no le dije palabra, sentí una inmensa turbación, y también la puse junto a mi pecho.

No hubo palabras, nos miramos un momento que dura hasta ahora. Me quedé parado. No sé en que momento se fue, pues todavía tengo esa flor de azahar dentro de mi pecho.


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