sábado, 22 de diciembre de 2007

EL TAITA SAN JUAN

Fue una noche que tocaron la puerta de la casa. Corrían los últimos años del cuarenta. Mi madre la abrió y se encontró con un grupo de personas, encabezados por don Juanito Cercedo, quién en ese entonces era el Teniente Gobernador. Venían a conversar para que el pueblo tuviera su imagen, su Santo Patrón.

Ella sintió lo inefable de aquel compromiso, vi brillar sus ojos de emoción y les dijo que se comprometía a traer el santo que el pueblo deseaba.

Al día siguiente marchamos a Huánuco y ahí donde Juan Laus, que vendía imágenes en su taller ubicado en el jirón Hermilio Valdizán, a la vuelta del Mercado Antiguo.

Ahí, en ese lugar, mi madre encontró la imagen que buscaba: San Juan. Imponente, con una mirada bondadosamente seria, el rostro barbado. Todavía quedaba entre nosotros la ausencia de nuestro padre grande, mi abuelo Juan Lazo.

Llegó el día en que había que recogerlo. La comisión emprendió camino a Huánuco en el carro de Augusto Matazoglio. En el camino el señor Morales, papá de Simón, le contó a mi madre que no pensaba ir, pero habían ido a llamarlo y que en la noche había soñado, que un señor de edad le encargaba su bastón.

Vistieron a la imagen, ayudó muy diligentemente en esta tarea Carmecita Ruiz. Cuando ya lo iban a subir al carro, de al pie alguien le pasa la voz a Morales, que se había quedado arriba, para que le reciba la cruz. Por eso siempre decía yo fui el primero que soñé con el señor sin conocerlo.

De retorno al pueblo. Monseñor Teodosio Moreno Quintana ofició la Santa Misa, bendijo la imagen y lo declaró su Santo Patrono. Ese día gran cantidad de niños y niñas se confirmaron.

Ahí está la imagen, en la capilla, ubicada junto a la escuela donde estudiamos. Así llegó al pueblo esta imagen, a quien los esperancinos celebran cada 24 de junio, en la festividad más importante. Todos retornan a festejar al Taita, a darle gracias por los favores recibidos. A cumplir alguna promesa.

Su rostro lo tengo impregnado en mis retinadas, siento su mirada en mi recuerdo de niño y su mirar severo la última vez que lo visité, cuando cansado de ser adulto quise reencontrarme con él.

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Y SE LLAMABA AZUCENA

En el campo los nombres tienen aroma, visten de colores y brillan con los rayos de sol.

A veces con el viento toman una dulce armonía que llega a hacerse música en el corazón.

Mas aun si en la dulce candorosidad de los años infantiles esos nombres corren junto a uno, sin pensar que eso, años mas tarde, lo vamos a llamar amor y no vamos a saber como definirlo.

Ella tenía uno de esos nombres de flor. Eran los días cercanos a fin de año, allá en la escuela de la señora Carmen, allí donde empezamos a conocer el A,B,C de los cuadernos, ahora comprendo que también fue de los afectos.

En la bajada del caminito, que nos llevaba de retorno de las aulas a la carretera, había un árbol de naranja. Yo caminaba con cierta prisa la bajada para dar alcance a mis compañeros, cuando que vi que ella, vestida de celeste corrió presurosa hasta el árbol que bordeaba el camino y le arrancó una flor.

Terminó de pronto mi deseo de alcanzar a mis compañeros y detuve el paso, me quedé contemplándola. Ella llena de rubor, como queriendo esconder o significar que eso correspondía a algo muy hermosamente íntimo, cogió el tallito de azahar con sus dos manos y se lo puso en el pecho, luego mirándome fijamente, me alargó su diestra diciéndome: - te regalo.

Era una compañera de clase y corría como yo sobre los años infantiles. Alcancé mi mano, la cogí, miré la flor sorprendido. No reparé en su perfume, no le dije palabra, sentí una inmensa turbación, y también la puse junto a mi pecho.

No hubo palabras, nos miramos un momento que dura hasta ahora. Me quedé parado. No sé en que momento se fue, pues todavía tengo esa flor de azahar dentro de mi pecho.


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LA JIRUCA

Nunca supe exactamente donde vivía. Decían que en uno de los cerros que circundan La Esperanza, camino de Malconga, había una cueva donde habitaba.

Recuerdo que le decían la bruja Jiruca, que por tener pacto con el diablo había aumentado sus cabras, que eran de raza, no dio razón jamás de cómo inició esa crianza, que junto con sus aves era de lo que subsistía.

Contaba que vivía con su nievecita, que le acompañaba. Era bajita, siempre descendía a La Esperanza, con su vestimenta campesina luciendo limpieza. Cuando me veía se me acercaba, a pesar de lo que me decía no le tenía miedo. Me acalla cariño. Eso me llevaba a pensar que era mentira lo que decían de ella, porque las brujas son malas y no quieren a los niños.

Tenía el rostro cetrino, su pelo emblanquecido por el paso de los años, que jugaban son una altiva ancianidad; una voz tierna, suave.

Decían que cachaba y adivinaba la suerte, así lo escuchaba a los más grandes en la escuela.

Sí era campesina, indígena, era parte de su vida, su culto ancestral de masticar la hoja de coca, como lo hacían casi todos los naturales del lugar y no les decían brujos.

Algunos menos cáusticos le llamaban curandera. Pasadora de flores, por eso la miraban mal.
Sin embargo recuerdo que en el corazón de sus ojos había un fondo de ternura. Vive en mí como una anciana campesina, dueña de sus costumbres ancestrales, cyente de sus mitos, buscadora de horas buenas.

No recuerdo que a pesar de lo que decían ella haya hecho algo malo. Como quitar terrenos, botar una pared, cortar el agua, malograr la sementera de sus vecinos, robar crías, nunca se dijo nada de eso de ella.

Como nadie tampoco se quejó de algún dolor que le hubiera causado, mas bien cuando un niño no dormía, la hacían llamar para que lo curara del susto, nunca cobraba por eso.

Ahora, sobre el cielo de nuestro pueblo, la buena Jiruca juega con sus cabras en las estrellas.


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LA LUNA ESPERANCINA

Aquél que nace contemplando el plenilunio del cielo de La Esperanza, lo guardará durante toda su existencia impregnado en su conciencia.

La luna esperancina brilla hasta la muerte en el cerebro del que nace. Tiene un brillo como de las esmeraldas. Los naturales del lugar dicen que cuando los niños vienen al mundo en tiempos de luna llena serán sabios o ricos.

Aprenderán muchas cosas y su palabra se hará escuchar por los vientos, llegará más allá de la cordillera y retumbará en los valles del pillco.

Sino tendrán mucho dinero, atesorarán mucho.

Ellos podrán quedarse en su tierra o buscar diferentes caminos por las rutas de la vida. Los que se quedan tendrán que cuidar del verdor de los cerros y que los duendes de Jancao no sequen la quebrada de Mancapozo. Si se van siempre deben de regresar y caminar el sendero de acequia alta hasta la quebrada.

Ahí otra vez dejarán su huella en una noche de luna como cuando nacieron, entonces los bienes seguirán siendo pródigos con ellos, si es que no se olvidan del taita San Juan cada 24 de junio.

El Patrón del Pueblo fue el que ordenó que se vistiera de flores el valle, junto al alcacer y la hortaliza.

Por eso, cada día grande el sol brilla más, hasta que en la noche de luna esplendorosa se prende de brillantes y todo se ilumina.

Nadie puede verlo, porque su luz enceguece. Quien se atreve a levantar los ojos y trata de mirarle, soñará por el resto de su vida con el Cojo Codino.

Todo es un momento, todo pasa y otra vez la quietud, el cielo azul, la luna llena y las estrellas brillan en las almas, mientras gotas de rocío caen sobre el corazón del cholo esperancino.

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LA RUTA DE LA ESPERANZA

Esa vez la ruta era diferente. Los carros se cuadraban en la esquina a esperar a los pasajeros.

Esa vez solamente habían los camiones de madera de don Miro Caballero, que a veces lo conducía don Marino Núñez, y el carro verde de Augusto Matazoglio. Mientras uno esperaba en este lugar el otro lo hacía en Huánuco en el entonces único mercado, conocido ahora como Mercado Antiguo, frente al Asilo Santa Sofía. En el camino se cruzaban, a veces no se querían dar pase.

Tenían sus cosas. A veces quién había subido a un vehículo ya no podía subir al otro, hasta que todo se fue superando paulatinamente.

La esquina es el lugar de donde se inicia el camino hacía Malconga, siguiendo al este. De ahí empezaba el descenso hacia Jancao. Al lado derecho de la carretera antigua había una tienda de don José Pereyra, natural de Ica, de donde desciende la familia Pereyra Cabezudo. Al pie, vivía la familia Vizcaya, de quien me acuerdo es del chiquito Aarón, con quién estudiábamos en la escuela.

El carro se cuadraba al frente, junto a una casa de dos pisos, donde originalmente, también tuvo su tienda el señor Pereyra, luego no recuerdo de quien sería. Luego el acequión y la entrada a la que se llamaba casa hacienda de la familia Bauer, donde se ubica el Colegio Nacional que años después hicimos realidad.

Al frente, antes de iniciar la subida, estaba la tienda de doña Zulema Chocano, también vivía ahí junto Marcial. Luego el camino perpendicular a la carretera. Esa vez la vía no llegaba hasta Malconga, apenas pasaba Pedroza, Catamarca, las cercanías de Paucar.

Una vez lleno, el carro empezaba el descenso hasta la curva y contracurva de la entrada al vivero, continuar la bajada, pasar por la puerta de la casa hacienda de Jancao, que todavía lucía su oropel de otras horas, aunque ahora descuidado. Luego la bajada pronunciada hasta llegar al puente, que cruza la quebrada que trae aguas de Mancapozo.

Aquí, esta vieja carretera que ya no sigue por San Roque, se une ahora con la nueva vía, asfaltada, que siguiendo casi la misma ruta, con excepción del paso por la puerta de San Roque, llega hasta Huánuco.

Ahí, donde los ingenieros decidieron no subir al pueblo y prefirieron hacer el trazo por abajo, se cambió el destino de nuestra tierra, que tercamente sobrevive sobre la carretera vieja que continúa hasta San Andrés, donde nuevamente aparece la pista asfáltica rumbo a la selva.

Antes todo el tráfico se hacía por ahí, hasta los años setenta aproximadamente. El camino era de tierra, como sigue siendo hasta más allá de San Andrés, donde aun vive Lucho Alomía y aparece otra vez la carretera nueva, esa decisión por ahorrar metros de asfalto ha cambiado la vida de nuestro pueblo.

Los kilómetros estaban marcados mas allá de la esquina, en la puerta de Ordoñez, donde después encontré ahí a Carlitos Cáriga y Lucha Chocano y su familia. Eran cinco kilómetros, una legua.

De ahí la carretera continuaba con casas al lado derecho, al lado izquierdo corría el acequión. La familia Noblezas, donde se confeccionaban guitarras. Andrés Chocano,. Seguían las curvas y venían las casas de la familia Lambruschini, donde después domiciliaba mi compadre Mercurio Noblezas, hasta llegar a la subida a la plaza, donde estaba la escuela y la capilla, en la esquina la señora Borunda vendía pan.

El pueblo seguía en la ruta y también por cada una de las vías transversales hacia las alturas, donde los campesinos hacían su vida en generosa entrega con la tierra.

De ahí el pueblo continuaba casi hasta San Andrés, tanto a uno como otro lado de la vía.

Por el este el límte era las estribaciones del cerro de Malconga. Por el oeste el río Huallaga.

Todo esto forma parte de lo que geográficamente se conoce como el valle del Huallaga. Que termina en el puente Rancho.

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LA ESPERANZA

Apareciste en la tierra cuando el Pilcomayo empezó a formar el valle. Venía de antiguos pedernales , del deshielo inmenso que ordenó Pachacamac la tarde aquella en que Pillco invocó su ira.

Así, el río fue formando tu suelo, mientras tus cerros eran la retaguardia del ejército de Paucar, que también petrificado dio forma a tu valle.

Creciste al tiempo mientras los Chupachos te formaron, dejando su huella inviolada en Jancao.

Fuiste haciendo himno de trabajo en tu ayllu , la papa floreció generosa junto a la flor de capulí, mientras el maíz esperaba la próxima cosecha.

Así caminaba la vida en la tierra donde el pillco cantaba mostrando su altivo pecho negro, su cresta erguida roja, anunciando la salida del sol tras los cerros de Malconga.

El pillco andaba libremente, de árbol el árbol. Habían otras aves, pero él era invisible a los ojos de ellas de la misma manera que lo es hoy para nosotros. Andaba libremente, se reunía con sus congéneres en una piedra que había en el centro del valle.

Parecía el chasqui que llevaba las órdenes reales venidas de Wanuko Marka y que los hombres entendían su canto. Era premonitor de las buenas cosechas, avisaba de las lunas malas para la siembra. Advertía cuando los vientos levantarían de la raíz la sementera o la lluvia se ausentaría.

Tus jóvenes esperaban ansiosos la hora del Warachicuy, para convertirse ene guerreros, servidores del Imperio.

Las doncellas esperaban entregar su virginidad al sol o escoger al mancebo de sus sueños y dar nuevas vidas.

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BAJO EL CIELO DE LA ESPERANZA

Que tranquila se siente el alma cuando camina sobre los pasos de la niñez. Es la única etapa de nuestra vida en la que podemos hablar de nosotros mismos sin prejuicios. Ahí todo es transparente, sólo hay una búsqueda desinteresada de ser, de descubrir a través del encanto y la fantasía la explicación del mundo, de la vida.

Por eso me he permitido escribir estos relatos, que constituyen el testimonio de nuestras horas infantiles, a la vez que recuerdan como era nuestro pueblo hace más de cincuenta años.

Va dedicado a todos aquellos con los que compartimos la hora feliz de la infancia.

Nadie sabrá jamás cuando va a venir al mundo. Pero cuando llega a él, la vida se inicia y tiene su curso, de inexorable cumplimiento.

Por eso, hay quienes no quieren volver la mirada atrás y otros que sienten que recordar es volver a vivir, por eso encuentran a la mano, atrás de la esquina de la memoria, siempre, lo más grato de su existencia.

Soy de los que cree que el hombre vive por el espíritu, que es el origen de la cultura, la creación de un hombre y del pueblo, por eso es que los pueblos tienen alma y esa es su identidad.

Y la identidad empieza en el reconocimiento, en la recreación de las vivencias primeras, necesariamente halladas en la infancia, en esos primeros instantes que se grabaron en nosotros al encontrarnos con la vida.

No como una endecha, ni como un himno a la nostalgia de la que tampoco es posible huir, sino que sentimos felicidad de encontrarnos con ella, en el reencuentro con todo aquello que empezó a configurar nuestra existencia, para saber como somos ahora, hacia donde todavía tenemos y debemos caminar.

Hoy nos encontramos bajo el cielo de La Esperanza.

Ahí empecé a crecer a la vida. Mis ojos aprendieron a ver los relumbrones de sol. Mis oídos descubrieron en la amorosa caída del chorro espumante de agua la primera melodía, que servía de fondo a las palabras amorosas de mi madre. Los primeros aromas los descubrí en las flores del jardín que había delante de la casa. Ahí, bajo ese sol, junto a ese chorro, percibiendo el aroma de esas flores, sentía las primeras caricias maternas. Todo bajo el generoso cielo esperancino.

La Esperanza. La Esperanza es el nombre completo de mi pueblo. Ahí nací al mundo, creciendo a la vida que dejé a los siete años, cuando para estudiar en los libros tuve que ir a la ciudad dejando las lecciones de la naturaleza. Esos libros de hojas verdes, con páginas de tierra y letras escritas con rocío mañanero. Libros en los que de verdad vuelan los pájaros cantando y los trinos se pueden coger para siempre, de manera tal que jamás confundirás en el resto de tus días el canto de un gorrión con el de un canario.

La carretera discurría frente a la puerta de la casa, separada unos cinco metros aproximadamente de ella. La fachada se prolongaba con una pared, junto a la cual desde el interior se erguía un árbol de pacae.

Era por esa cansada vía, por donde los carros discurrían rumbo a la montaña, con esa denominación se conocía a la selva, alegres, optimistas y por esa misma vía volvían lentos, nocturnos, doloridos, llenos de barro y tristeza, después de días, semanas o no sé que tiempo. Muchos choferes eran del pueblo, pero había uno que sin serlo era el más conocido, el Shucuy Pedro. Se cuenta las más variadas historias en relación a él, incluso que es ancashino y que llegó caminando por las alturas de Dos de Mayo desde su tierra.

Al frente se yergue el cerro de Colpa Baja, alto, imponente, irregular con quebradas profundas. Al pie corría un caminito, por donde pasaban carro del tamaño de los de juguete. Subido en un tronquito del árbol contemplaba también, con lo hacía con los vehículos que transitaban por delante de la puerta. Los otros del fondo iban al campo de aviación y después, años más tarde, a otros pueblos.

A la espalda, inmenso, azul, lejano, a veces envuelto en breves y huidizas nubes, el cerro de Malconga, por donde nunca dejó de salir el sol, al que sonreíamos cada mañana.

Miraba al avión bajar lentamente entre los cerros de Huánuco y pasar frente a mi vista, para como un juguete irse a reclinar al aeropuerto que divisaba perfectamente desde el árbol. A veces me parecía que yo era quien lo llevaba de una pitita y lo colocaba sobre el campo de aterrizaje.

Bajo ese cielo amé la tierra, amé los surcos por donde el agua discurría para regar la sementera. Hasta que llegó el primer día en que fui a la escuela, había aprendido por mi madre las primeras letras. Mi primera maestra, mi grande maestra doña Carmen Besada Garay. Una tarde sentimos un ruido, un zumbido creciente, salimos a la puerta y vimos en el cielo un disco color fuego que reventó en el cerro de Malconga. Todos estábamos asustados fuera del salón de clase. Al día siguiente nos hizo escribir una tarea: Ayer pasó el cometa. Años después empecé a concebir la idea de que se había tratado de un platillo volador.

Después a la Escuela 4092, que quedaba en la Plaza de Armas del pueblo, al menos hacía se decía a esa grande extensión de terreno abierto. Se tenía que subir hasta ahí por un camino breve que se iniciaba en donde la señora Borunda vendía pan. Mi primer maestro don Jishuco Pedraza. Mis primeros amigos Mercurio, Lucho, Pedro, César, Tarzán, Goyo, Valetín, Pachanco, Teodomiro. Mi primer juguete la pelota. Si, una pelota de jebe. Esa que socializa a los niños. Con ella corríamos a veces sobre la carretera cuando retornábamos a casa.

Junto a la escuela la capilla. Ahí en altar mayor el San Juan que obsequió mi madre, el Santo Patrono del pueblo. El nombre nos acercaba a la memoria de mi abuelo Juan, que transcurrió ahí los postreros días de su vida, mientras que mi abuelita –mamá Angelina-, tejía con ternura complaciente cada una de mis travesuras infantiles. Hasta que llegó mi hermano, quién gustaba correr la chacra sobre las sementeras, ayudar en las tareas de siembra y cosecha.

Los años han pasado, más de cincuenta. Ya han hecho carretera nueva. Está más abajo, asfaltada. Ahora existe luz eléctrica, hay televisión, agua potable. Pero todo está abajo. Arriba, el antiguo local de la escuela, las casas han rendido tributo al tiempo; sus dueños, casi todos viven en Lima. San Juan espera cada 24 de junio su procesión, su capilla es lo único que ahí mejora cada nueva fiesta, con cada nuevo mayordomo.

A la escuela la convertimos en Colegio Nacional y le pusimos el nombre de mi primera maestra.

El árbol de pace debe seguir ahí, me fotografié junto a él hace dieciocho años. ¡Cuánto dura! ¡Cuánto ha visto!. Siento que se emocionó al verme, cuando lo miré me dejó caer en la cara dos hojas verdes, mientras algunas flores aparecían dentro de su follaje. El tallo junto al cual me paraba, tremendamente grueso. Encima de él unas lágrimas, no dudo que esa tarde lloró al verme después de más de treinta años y al despedirnos sólo atinó a inclinar con tristeza su copa. Ese día podía haber jurado que los árboles tienen alma. Ojalá siga ahí y lo dejen morir de pie.

Esta noche me entras ganas de ir a jugar con los duendes de la quebrada de Jancao.

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HUALLAYCO CUADRA TRECE ...

“Llorarás como he llorado
sufrirás como he sufrido
en el barrio de Huallayco …”

… y lo volvemos a cantar a pecho abierto, ahí en una combi. En plena Avenida Brasil, a golpe de medio día, cuando nos encontramos en Lima después de mucho tiempo.

El me vio desde el último asiento cuando yo me doblaba para ingresar al vehículo y sentarme en el primero que estaba desocupado, cuando arrancó con la muliza, reconocí su voz gutural y me uní a su coro, sin importarme los pasajeros, sin importarme el chofer, cantamos juntos así abriendo el corazón de par en par, con el sol alimentando el torrente del alma, mientras la combi corría, toreaba a otras combis y el cobrador llamaba pasajeros.

Lo había reconocido, desde cuando era adolescente y él un niño, sabía quien era. También sabía que no estaba con tragos. Estaba más ecuánime que nunca. Y volvimos a repetir por segunda y tercera vez, a nosotros que nos importaba que los pasajeros se empezaran a impacientar. Era imposible el abrazo porque también era imposible movernos de nuestros asientos y acercarnos, ni siquiera mirarnos, apenas en el interior del carro había espacio para nuestra melodía. Su voz se quebraba cada vez más por lo mismo que mis ojos se nublaban de emoción, mientras intensificaba el fervor de su canto, su sinceridad expresiva. La sinceridad huallayquina se siente. El sentimiento huallayquino se transmite a lejos y lo percibimos fácilmente quienes crecimos de la Alameda para abajo …

Ahí en la combi corriendo Lima y cantando a Huallayco. Cantando a nuestras vidas, a nuestra infancia crecida entre juegos de huarilla en la esquina de la cuadra trece, haciendo renegar a la buena doña Anquicha Vda. de Villaflor que tenía su tienda, vendía pan y chicha de jora, pero por sobre todo nos regalaba con buenas requintadas cuando apoyábamos nuestros pies en los muros de su casa.

Si, esa infancia crecida en la canchita que había en la casa de platanazo Mañuco, primero se ingresaba por la cuadra doce pero después ya fue por el jirón Constitución. Ahí jugábamos partidos de sol a sol. La cancha era mas o menos del tamaño de un campo de fulbito, pero tenía arcos casi tan grandes como los de fútbol y el gol valía de todo lugar. Durante las vacaciones escolares los partidos empezaban muy de mañana, en temporada escolar a la salida del colegio, después de las cinco de la tarde hasta no se que horas cuando había luna. Ahí se armaban los equipos de hinchas de la “U” y Alianza, estos sacaban hasta dos equipos cada uno mientras que los de Cristal tenían que juntarse con el Muni. O si no los más tromes chuzaban, generalmente eran el Piqui Malpartida, Meguido, Oshquín Sifuentes entre los grandes; entre los menores los equipos los armaba Neto Anguez, hermano menor de platanazo. Los partidos terminaban a diez goles, a veces a diez recién se cambiaba de arco. Todo ante la complaciente mirada de doña Nelly y a veces de don Manuel que con su infaltable cigarro comentaba entusiasmado las escenas de los partidos. Que buena gente, como nos aguantaban y ante algún inconveniente únicamente se ponían serios …
… sobre las piedras de la cuadra tres del jirón Constitución donde el mono Abilio improvisaba su arco para volar de piedra a piedra, sin importarle quedar con los codos y rodillas malogradas, donde el negro Meguido lucía su habilidad de dominar quitándose los zapatos y jugar galachaqui burlándose de todos. Ahí en esa misma esquina donde Meguido en su dimensión cinematográfica del “Rayo” libraba duelos con el “Aguila” Piqui Malpartida. Desde la esquina de la panadería “Pinocho” se escuchaba el cantar “Me dicen el “Rayo” mi nombre de pila Meguido Rozales amigo del bueno …”,ponía sus manos en jarrita a la altura de la cintura, mientras miraba a las alturas con sus pequeños ojos que parecían confundirse con sus picaduras de virhuela, atrás de él su collera, su hermano el burro Ishau, mi compadre “Hacha”, Lucho hermano del “Aguila”, Toño, los Ibertiz, mientras que en la otra vereda de la diagonal opuesta, en la puerta de la tienda de don Elías Nieva, el Piqui vestido de negro, con un águila negra bordada en la espalda de la camisa, entonaba “Yo soy el águila negra por toditos los caminos …”, seguido por su primer escudero el Chinche Anguez, los hermanos Capulí y Soplacandela Becerra, el Picuro Nieva. Se daban vueltas y vueltas, tratando de lucir cada uno sus aprestos mejicanos, con estrellas blancas en las botas, no había cuando dispararan, nunca hubo ningún duelo, a veces pasaban toda la jornada nocturna, concitaban la expectativa de los vecinos, al final cada uno para su casa, no había, no hubo, ni habrá duelos entre huallayquinos.

Si, entre huallayquinos nos juntábamos como cuando festejaban sus triunfos los “Intimos de Huallayco” en la casa de don Juan Ampudia , que vivía en la cuadra trece, dos puertas más allá de la esquina de doña Anquicha, además de su tienda que tenía en la esquina de la cuadra doce. Los “Intimos” vestían con los mismos colores de Alianza Lima, era más fuerte que la misma selección de Huánuco, no sólo por la calidad futbolística sino porque había equipo, no sólo para armar juego en la cancha sino en la vida, había identidad, ahí estaban el “Cholo” Walter, Dimas Garay, Víctor y Roque Quiñónez, Jacha Caldo Ratto, Severo Deza, los Palomino, Tito Gonzales, los curas Jesús y Lobito, Garapuy Lazarte, el Chancho Mario, mi compadre Mecho y tantos otros, después de cada partido se reunían y la cosa continuaba entre copas y guitarras, nosotros mirábamos desde lejos, como el día de la bronca de Pilanco contra tres zambos en el bar Pilsen de don Juan Ampudia en el jirón Constitución, contrasoleó a uno y los otros corrieron.

Surgió después el “Rodillo Negro” allá por el cincuenta y séis, camisetas azules regaladas por don César Augusto Montes Bravo. Fue iniciativa de Lucho Pacheco, hermano mayor del Cuervo, Gildo y Raúl, que vivían a mitad de la cuadra doce, cerca de la familia D’Ambrosio y a la señora Panchita y frente a don Max Saldivar que tenía su pirotécnica donde se dice que al final se dedicó a hacer cohetes terrestres. Estaban en el equipo mi compadre “Hacha”Porfirio Tello, Piqui Malpartida, Oscar Sifuentes, “Chicote” Eusebio Alvarado, Shimu Ferrari, Encarnación Bravo en el arco, luego se incorporaron Carlos Chang, Raúl Ballarte y Juan Blengeri, su Presidente era Julio César que trabajaba en la lavandería Primavera. Nos dábamos de igual a igual con el “Mateo Aguilar” con quien empatamos en el Maracaná. Huiqui Bernal nos hizo el gol y empató el cabezón Carlos Rojas La Torre. Una vez hicimos una gira a Tomayquichua, jugamos contra el Independiente y empatamos a un gol. Cuando lindaba el medio día y hacíamos hora para el partido llegó Huiqui Bernal, que había venido a pie desde Huánuco para reforzarnos y fue él quien hizo el gol de empate.

Ahí seguimos creciendo, luego el Defensor Huallayco con calichines, infantiles y juveniles, que tal equipazo, un solo juego de chompas para las tres categorías. Amarillo con negro. Nos las regaló don Dante Ibertiz Rojas, quien fue a vivir donde antes domicilió don Juan Ampudia. Calichines el Mono Abilio, Rica Malpartida, Toño Ballarte, Ishau Rozales, Mellizo Estela, Picuro Nieva, Oscar Beteta, Neto Anguez, Antar Espinoza, Chimplis García, el negro Guisáosla, Dante Ibértiz, Américo Ibértiz. Rochi Mercado y Aldo Ramírez preferían jugar por los infantiles junto a Papa Amarilla Millán Mañuco Espinoza, Piqui Malpartida, César Mercado, Hugo Becerra, el Negro Bermúdez, Antuco Rochabrún, Carlos Rodas, Arnulfo Rivera, mientras que por los juveniles Shimu Ferrari, Hacha Tello, Meguido, el Gringo Rochabrum, Penshe Belgrano que vino a vivir al barrio frente al Señor de Los Molinos donde vivía el Loco Licurgo, hermano de Hugo el Sivori de Ambo, justamente fue Tofi Domínguez que vivía en su casa quien gestó la fundación del Defensor, nombre que le puso Shimu Ferrari, a quien lo hicimos participar en carreras de bicicletas en más de una oportunidad, en una ocasión casi gana si el loco Faco no le echa tierra a su cara a la altura de Cayhuayna, haciéndolo rodar … pucha trato de acordarme y ya no me acuerdo de muchos …La vez que participamos en un campeonato de fulbito para mayores organizado por el Club Defensor Amarilis, ingresamos con cero puntos a partir de la quinta fecha a reemplazar a un equipo que se había retirado y en unas cuantas fechas estábamos a tiro del puntero cuando se suspendió el torneo por falta de campo, esa vez jugaron Juan Izarra en el arco, el “Gringo” Rochabrum y César Mercado en la defensa, en la delantera Mañuco, Piqui. Hugo Becerra, Antuco Rochabrum …

Ahí entre el fragor del tránsito corrieron los colores blanquiazul, amarillo y negro. Vibraron en mi corazón las cuerdas de Tamariz, Ubaldo y Juan Ortiz la noche que juntaron sus guitarras y sus voces en una serenata en la esquina de la cuadra doce. Tamariz, extraordinaria primera, chiclayano, se casó con la hermana de Chalaquito que vendía zapatos en la tienda de un chino en el jirón Huánuco, llegó a grabar con el Trio los Astros de su tierra un LP al haber ganado un concurso nacional. Ubaldo ya se había hecho al ambiente huanuqueño, chongoyapano, ahora más huanuqueño que el locro de gallina, dueño de un punteo especial y una voz melodiosa lista a destrozar el alma con un bolero o picar la jarana con un vals, cuando no se le entraba la de cantar pasillos y Juan Ortiz, una guitarra menos jaranera, pero con una digitación formidable, siendo su fuerte los boleros de Los Panchos, solo faltaba Gumicho Atencia que esa vez dictaba clases en la Escuela Nacional de Música en Lima … Y junto a ellos surgía coqueteando los vientos de la Pampa de Puelles, la voz cascada por las noches de bohemia pero llena de sincera melodía del Plebeyo Gonzales, con esa canción que por mucho tiempo fue emblema de nuestras noches de bohemia “Del Callao yo me alejé con las ansias de rodar … “.

Se vinieron las noches de jarana adolescente, cuando aprendíamos a ser mayores, ahí el parque Amarilis donde nos reuníamos en noche de luna y si no la había mejor, para beber cinzano o menta y con una guitarra a los acordes del “Chancho” Lara cantar “Eres como un tronco seco aunque lo rieguen no brota …” o a todo pecho rompernos con los boleros de Lucho Barrios “Adios ya me quedó sin ti …” o “Me engañas mujer con el mejor de los amigos que fue …” y entregados a las reminiscencias afectivas sacar todo lo que teníamos adentro, ahí terminaban todos nuestros silencios y nos salía el bobo y el nombre de la que nos rompía el pecho, brindábamos por ella y nos convertíamos en los más grandes conquistadores aunque al otro día la miremos y nos pasemos a la otra vereda … Aparecieron las noches en que nos íbamos al chongo con el “Cuervo”, él tenía Libreta Electoral, entonces no había problema, ahí veíamos tocar a Calilo con el Plebeyo y Toledo, en esa época todavía no había radiola, nos vacilábamos mirando a la Julieta, aunque al día siguiente terminemos nuestra libido con la “Ajiaco”, si compadre te acuerdas de la “Ajiaco” , ahí debutaron sexualmente casi todos los de Huallayco, cobraba no más de cinco soles y hasta aceptaba como prenda las corbatas, cristinas e insignias del colegio. Dicen que cuando no las sacaban en una semana se las daba a Shimu para que las vendiera.

De pronto sentí miedo, sí miedo que me dijera de repente aquí me bajo o que terminara la canción, que todo había sido una hermosa ilusión como los amores de adolescentes nacidos y eternizados en Huallayco, en la cuadra misma. Pero sentí mas miedo de mi olvido, de olvidar todo lo que era mío, de todos, de nosotros, mi recuerdo, nuestro recuerdo, las horas que hicieron crecer nuestra infancia para hacerla pubertad y adolescencia, hasta que llegó la hora de buscar gomina y comprar chicle, después de haber fumado cigarro a escondidas. Si miedo de mi olvido de esa cuadra donde ahora los bisnietos de los mayores que vieron nuestra infancia son la nueva niñez. Habían pasado muchos por todas las viviendas, estuvieron por más de cincuenta años, don José Ballarte Alvarado y su esposa Juanita Zevallos de Ballarte, y también doña Anita Orihuela, esa gran voleibolista, que domiciliaba al frente, todos ellos también ya partieron, fueron los últimos testigos de nuestra infancia que no se ha ido de la cuadra trece.

Y también sentía miedo de bajarme primero, ojalá lleguemos juntos al terminal, pero no era posible. Hasta que en una esquina tuve que descender. Voltié la cara antes de hacerlo y nos miramos a través de la bruma del llanto … Me gritó con trémula energía ¡chau compadrito! … ¡Huallayco Vida! … yo atiné a gritarle ¡Compadre Ñigo! ¡Compadre Ñigo!. Arrancó el carro, cruce los brazos sobre mi pecho, el no dejaba de agitar su mano que se perdía a la distancia a través del parabrisa posterior, desapareciéndose el vehículo en el laberinto del tráfico, bajé la cabeza., cubrí mis ojos con mi mano derecha mientras en silencio cantaba una parodia:

“En Huallayco yo nací
en el Centro yo estudié
en Leoncio Prado sentí
toda el ansia juvenil …”

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jueves, 20 de diciembre de 2007

HUALLAYCO ES UNA CALLE INFINITA

Sí, así la imagino, aun más, no se sabe donde se inicia, soy de los cree que Huallayco vino de las alturas bordeando el Huallaga e ingresó al valle del Pillco, ruta de los Chupachos al venir de su cacicazgo en Pachabamba; cuando trazaron la ciudad prolongaron esta vía y le pusieron por nombre Huallayco.

Al terminar la ciudad sigue la carretera del "Shucuy" Pedro, esa que corre por la margen izquierda del río Huallaga, pasa por la hacienda de Colpa y el aeropuerto y continúa hasta Conchumayo donde hay una bifurcación, por una de esas rutas se va a Pachabamba.

Y los caminos siguen, siguen las bifurcaciones, conforme avanza la ruta se hace menos posible para los vehículos, llegando al final a emplear el método más natural del hombre: caminar a pie.

Hasta donde los carros llegan es la carretera construída sobre la ruta trazada por los Chupachos y lo que continúa también, sino que se halla solo disponible para estos campesinos indómitos que remontan cerros y quebradas, como lo hacían sus ancestros hasta hacen cientos de años. Esa vía que se pierde en infinitos vericuetos, que penetra al corazón mismo de las montañas, no es nada más que el derrotero que saliendo de Huánuco empieza en el jirón Huallayco, pero que en su origen llegó de las montañas.

Fue así que cuando los españoles se asentaron en el valle del Pillco y delinearon sus áreas de acuerdo a las pautas que cumplían al instalar una ciudad, trazaron las calles y a aquella que ingresaba a la ciudad viniendo de las alturas le pusieron Huallayco, nombre con el que se le identifica hasta ahora, siendo la única que mantiene tal condición. Esto se deduce de una crónica de Juan Pérez Achapuri, publicada en el diario "El Huallaga" del 18 de febrero de 1910.

"Misa, altar de la Parroquia, capilla 10 de setiembre de 1542, tiraron cordeles y delinearon sus calles tan derechas como se ven, en cuatro calles de norte a sur nada discrepa su nivel, se agreraon otros, pero su tortura manifiesta que no se organizaron por aquellos que delinearon los primeros a uno de los extremos de la ciudad; le pusieron por nombre Huallayco, que según idioma del país, cae su etimología del sauce y al otro Huacchagato del pobre, entre estas cuatro cuadras formaron con rectitud infinitas manzanas repartidas en ellas los convemtos que más abajo dirá".

Hemos visto que el origen del barrio de Huallayco es pre hispánico, pero el de la calle, ahora denominado jirón, se remonta a 1542, año del repoblamiento de la ciudad por Pedro Puelles.

Mas su origen se encuentra en los pies de los Chupachos que venían de Pachabamba.

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sábado, 15 de diciembre de 2007

HUALLAYCO EN EL TIEMPO

He querido empezar esta serie de artículos expresando que Huallayco no sólo es el barrio más antiguo de Huánuco sino que es más antiguo que Huánuco mismo.

Huallayco existió desde cuando Pillco Rumi invocó al Dios Wiracocha detuviera el avance de los guerreros Maray, Runtos y Paucar para convertirlos en jirkas tutelares de Huánuco.

Huallayco vino caminando en los pies de los pobladores de Pachabamba, capital de los Chupachos.

Así Huallayco, antes de la conquista, era un ayllu, tenía posiblemente ese nombre, porque cuando el asentamiento español se produjo ya Huallayco existía.

Al respecto Varallanos, en su "Historia de Huánuco", pag. 203, nos dice:

"A las nuevas poblaciones vinieron a instalarse los indios y sus ayllus que vivían diseminados en sus antiguos poblados, o que vagaban como mitimaes desde los años de la conquista; y en su área se les señaló zonas determinadas que, más tarde, se llamaron barrios o cuarteles y que llevaron los nombres de sus originarios pueblos o marcas, o sus ayllus".

Continúa Varallanos manifestando que "si bien es cierto que Huallayco no fue instalado en un nuevo pueblo, ... Monseñor Berroa manifiesta tácitamente la existencia de Huallayco como un ayllu en el mismo lugar donde está, lo único que hicieron fue mantenerle su nombre y darle la nomenclatura de barrio, con el que se identificó durante la colonia y hasta nuestros días".

Expresa, asimismo, de manera enfática, que la sede principal del cacicazgo de los Chupachos, cuando se produce la llegada de los españoles, estaba en Pachabamba.

Tomamos de manera expresa la cita de Monseñor Rubén Berroa, en su obra "Monografía de mi Diócesis", cuando trata de los ayllus, de la siguiente manera:

"Huallayco, que se conserva con su nombre, cuyo significado según la etimología del lugar proviene de sauce; Acrasuncho, a la salida de la ciudad en la parte NO, cerca al río Huallaga, por donde está ahora el Paseo de la República; Huacchaygato, a la salida de la ciudad por el lado de Higueras, final del barrio de San Pedro; Pillco Rumy, cerca del Tingo ...".

De lo que se deduce que el origen del barrio de Huallayco es anterior al traslado de la ciudad de Huánuco a su actual ubicación.

Recién empezamnos a hablar de Huallayco, continuaremos.

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jueves, 13 de diciembre de 2007

HUALLAYCO VIDA

Huallayco es una calle infinita. Es más antigua que nuestra ciudad. Nace en los pies de los pachabambinos y se prolonga por las orillas del Huallaga hasta llegar a nosotros. Ahi creció, se hizo barrio para presidir nuestra tradiciòn. Nosotros aprendimos de su vida y hablaremos de ella con ustedes. Los invito a acompañarme en este recorrido por el tiempo.

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